
Al dueño se le conocía por "Pepe-el-de-los-caballos", que en mi pueblo la gente se complica la vida lo justo.
Pues Pepe-el-de-los-caballos resultó ser un hijo de puta redomado, pero eso sí: muy salao.
Se instaló con su familia en un chamizo que se hicieron entre los 6 (padres, hijos y algún tío), rodeó su terreno con una tira de alambre de espino, y...hala, a tomar por culo: habemus domum
Pepe-el-de-los-caballos sólo sabía hacer dos cosas en el mundo: domar caballos y bajarse todo el vino de la ribera, pero con todo, hasta cuando estaba vinagre, era un tipo muy gracioso.
Pues bien, mi madre tuvo la genial idea de mandarnos a mi hermano y a mi, sin conocerlos de nada, a "...echarles un cable: Pobrecillos, son nuevos en el pueblo y ya sabéis que aquí son muy cerrados y nadie se va a ofrecer a ayudarles"..."coño, mamá...baja tú, que menudo morro..." Porfiar con mi madre era una supina pérdida de tiempo, así que nos resignamos y bajamos a ayudar a los nuevos.
Eran increíbles, pero me reservo para un futuro post, que el tema da bastante de sí.
Como premio a nuestra amabilidad, Pepe nos invitó a montar a caballo gratis todos los días que quisiéramos, así también les hacíamos el favor de salir del cercado (a los caballos, eh?)
Los susodichos caballos eran yeguas, todas menos un semental (Rayo) que sólo podíamos montar cuando las yeguas no estuvieran "altas" (en celo, vaya).
Pues un domingo por la mañana, mientras los colegas estaban en misa, a Tito y a mi se nos ocurrió la fantástica idea de pedirle a Pepe un par de monturas. Él nos comentó que sólo podía dejarnos a Rayo y a una yegua (la Cigala) con más años que la Tana, porque las demás estaban en celo o criando, pero en sus propias palabras: "...como la Cigala está tan mayor, ya no cela".
Sus muertos.
Lo echamos a suertes y a mi me tocó "el Rayo" y a Tito "la Cigala". Decidimos ir a dar una vueltecita por el pueblo, aprovechando la salida de misa para fardar un poco...¡madre mía, lo bien que nos hubiéramos quedado en casita!!
La gente se encaminaba ya de misa hacia el bar cuando mi hermano decidió forzar la máquina y me adelantó a un trote ligero. Éste, amigos mío, es el momento catártico del relato:
La Cigala, de buenas a primeras y sin corresponderle a la edad levantó su rabo muy ufanamente ante los hocicos de mi caballo, que, claro, a "la olor" (así lo dicen en la Mancha) de lo que tenía delante se puso de un verraco insultante, desenfundando un metro de rabo, que para sí lo quisiera Rocco Sigfredi.
Os preguntaréis cómo es posible que sepa ese dato si yo iba encima del caballo, no?
Pues, amigos míos, porque a los 2 segundos de que Cigala le mostrara sus mieles, Rayo se puso a rebufo, con las aletas de la nariz abiertas de par en par y, sin cortarse ni una cala, se la calzó...con mi hermano aún montado en la silla...
No queréis imaginar la operación rescate en semejantes circunstancias. Para colmo a mi me dio un ataque de risa que me impedía actuar con eficacia. La gente del pueblo dejó sus vermús y se acercaron...no, queridos, a ayudar, no...a descojonarse (lo juro).
Por fin mi hermano pudo salir y evitar el empalamiento (Rayo no reparaba en especies, el iba a lo que iba) y allí dejamos a los tortolitos...a lo suyo.
Pepe-el-de-los-caballos, lejos de solidarizase con el culo de mi hermano, nos echó una bronca que te cagas por dejar al Rayo: "...apretarse a la Cigala...con lo mayor que es".
Vivir para ver!