3.07.2006

Tierra trágame

Me llamo Pietra y me quiero morir.
De verdad, tíos, hay ciertas situaciones del pasado que lo único que evocan es ese sentimiento.
Una de ellas es la que viví hace un par de veranos en la playa de Bolonia.
Acababa de cursar 4º de filosofía (sí, señores, sí...otra de esas decisiones lamentablemes:licenciada en filosofía, profesión mis labores).
En ese curso tuve a un superprofesor-posmoderno-quevivalofrancés que impartía la asignatura de Metafísica (ahí es nada!).
El tipo era taaaaan listo, taaaaan cercano, explicaba todo taaaan bien, que tenía hasta su reglamentario equipo de grupies y todo.
Bien, pues yo me había ido a garrulear por tierras gaditanas en pleno mes de agosto.
La fatídica mañana del viernes, se nos ocurrió ir a ver la famosa playa de Bolonia (qué esperábais? Si ya os he dicho que me fuí a garrulear!).
Aquello estaba...no tengo palabras. Hasta la bandera, parecía Benidorm y yo odio las aglomeraciones, sobre todo si son de gente sudorosa en hamacas comiendo bocatas de chorizo. Sobre la arena flotaban efluvios de Nivea solar.
Ante semejante panorama, la que aquí os escribe, no pudo por menos que hincarse un 2 papeles avergonzada de pertenecer a la especie humana. Hecho ésto, la mañana me pareció más llevadera y...sí, lo reconozco, me vine arriba. Me quité la parte de arriba del bikini mirando desafiante a la vieja del Opus que bufaba bajo su sombrilla
(la quemada con la que llegué, que me impidió dormir boca abajo 3 días os la contaré en otra ocasión).
Pasado un rato, cuando ya ni sudaba de la deshidratación que estaba sufriendo, abro un ojo y ¿a quién diríais que ví?
Efectivamente, al ilustre catedrático de metafísica dando un rulo por la playa con su mujer.
Yo, ni corta ni perezosa, me levanté a saludarle al tiempo que oí como en otro plano a mi chico diciéndome: "Pietra, tronca, que vas en tetas!"
AAAAARRGGH!!!!
Me quería morir, pero era demasiado tarde para dar marcha atrás, él ya me había visto y reconocido.
No os podéis imaginar la conversación surrealista que tuve con el pobre tipo mirando al horizonte y hablándome de unas ruinas muy interesantes que no podía dejar de visitar, mientras yo hacía escorzos para esconder mis vergüenzas con "naturalidad".
Después de éso no fuí ni a la revisión de examen.

3.05.2006

Mi amigo K

Continuando el rosario de momentos lamentables, no puedo por menos que dedicar este post a mi amigo K. En serio, incluso después de lo que aquí paso a relatar, sigue siendo mi gran amigo K.
Hace un par de años me sucedió uno de los momentos más surrealistas de mi vida.
Tras una discusión doméstica de órdago con todos sus complementos (numerito chungo-lacrimógeno incluido) recibo la llamada de un colega que hacía tiempo que no veía y que, la verdad, no rige como debiera. Llamémosle Giusepe.
El tipo notó mi voz rara (claro, acababa de montar un drama que no veas) y sacó la inexplicable conclusión de que me habían pegado. Así, por toda la cara.
Sin encomendarse a Dios ni al diablo, se me presentó a las 2 a.m. en la puerta de casa.
Antes de seguir, comentar que, previamente a su visita, yo le había administrado a mi chico (vía oral) un Orfidal porque le veía muy nervioso, a ver si se dormía.
¡Vaya si se durmió!
El caso es que Giusepe se plantó en la puerta de casa como una aparición: los ojos fuera de sus órbitas, tartamudeando y, lo que acojona más, las aletas de la nariz abiertas, como de toro desbocado.
Os juro que estuve hora y cuarto tratando de que se marchara de una forma pacífica, pero el tío no atendía a razones.
Eran como las 3 de la mañana y mi padre vivía en la puerta de al lado. El escándalo era cuestión de minutos.
En el mismo rellano de la escalera vive mi amigo K. Su mirilla da justo a mi puerta.
Para mí era como un seguro de vida saber que estaba en la puerta de enfrente. Pensaba: "Bueno, si se tuercen mucho las cosas, siempre estará K para echarme un cable".
Los cojones.
Empecé a ponerme MUY nerviosa viendo que no había manera de echar a Giusepe, así que empecé a llamar al madelman que dormía en la habitación (drogado, vale, pero con su consentimiento).
Nadie acudió a mi llamada angustiada. Yo pensaba: "Esto me pasa porque es muy tarde y K. está durmiendo, que si no... este loco se iba a cagar".
Tras una docena de toques, el que se dice mi novio consintió en escapar del abrazo de Morfeo y, en plan gorila (en gayumbos y descalzo) acudió a la llamada de la selva. No sirvió de medida disuasoria.
Finalmente tuve que acudir a los munipas para que convencieran a Giusepe de que volviera a casa y se tomara su medicación.
Toda esta movida en el rellano de un portal a las tantas de la mañana.
Al día siguiente y todavía atacada de los nervios fuí a comentarle la jugada a mi amigo K. Con paciencia infinita escuchó todo el relato, cuando de pronto me percato de que tiene un ojo morado y me suelta:
-No si ya lo sé, tía. Si me tuviste hasta las tantas disfrutando del espectáculo en tribuna.
Resulta que el muy cabrón escuchó ruidos en el portal y cuando vió lo que pasaba, se cogió una banqueta y se amorró a la mirilla (de ahí lo del ojo) con una ele en la mano izquierda y un cenicero en la derecha.
¡Ten amigos para esto!
Mis amigos dicen que no tengo suerte. Claro, todo depende de lo que entendamos por suerte.
Cierto que no fue muy pródiga la diosa fortuna cuando, en plena fase de mamoneo con quien ahora es mi pareja (¡un santo!) y con SU coche recién comprado, se me ocurrió la genial idea de invitarle a pasar un fin de semana idílico en la idílica casa que tienen mis padres en un idílico pueblo de Guadalajara.
Para dejarle flipado con mis conocimientos de sitios perdidos del mundo civilizado, le llevé a ver un monasterio medio en ruinas al que mis padres me llevaron hace como 15 años.
Efectivamente, el camino no era como yo recordaba...vamos, que no había camino, sino un pedregal llenito de mierda, barro y hielo.
En pleno subidón de adrenalina (vale, vale, mezclada con feromonas), yo le insistía. "Va, tío, sigue unos metros, ya verás como en seguida aparece el camino". Entonces se conjugaron los astros que no tenían nada mejor que hacer que joderme, y uno de esos pedruscos golpeó en los bajos (sí, los de su coche nuevo) a la vez que la rueda delantera se hundía medio metro en un charco.
El maravilloso día culminó conmigo de barro hasta las orejas, empujando el coche hasta un terreno habitado en el que, por fin consintió arrancar y un tío a mi izquierda planteándose qué coño hacía con una mezcla de mister Bean y Woody Allen hablando sin parar a su lado.
Sí, amigos, cuando me pongo nerviosa hablo sin parar. Es como una diarrea oral incontenible, que me impide callar así se hunda el mundo.
Cuando le tuve atontado a base de verborrea llegamos a casa, donde decidí emborracharle y que olvidara ese pésimo primer sábado juntos. Debí hacerlo profesionalmente, porque sigue por aquí.

Por cierto, el coche todavía rezuma arcilla en los días húmedos.